Finalmente, ayer al comenzar la tarde y luego de una tormentosa procesión El Señor levantó los ojos al cielo, pronunció sus últimas palabras “todo está consumado” y expiró…
Bajo el dolor de una cruel crucifixión, acumulación de dolorosos azotes, desangrado intermitente, humillaciones e insultos, la pasión dolorosa concluía con la ofrenda de su vida por el amor intenso a la humanidad, dando cumplimiento a la palabra contenida en las Sagradas Escrituras sobre el sacrificio del cordero y la entrega del Hijo de Dios como salvador del género humano.
Así, con la silueta de Jesucristo colgando de la cruz cerró este Viernes Santo, con un sepulcro sellado y por soldados vigilado. Ahora en pleno Sábado de Gloria, cual duelo silencioso de profunda contricción, el mundo se detiene callado y expectante, enredado entre la enseñanza doctrinaria de la vida pública de Jesucristo, sus parábolas, ejemplos, advertencias, promesas, increpaciones, llamados al bien actuar y la esperanza del advenimiento de la resurrección, de la vuelta a la vida mediante el regreso del espíritu y la forja de una nueva religión, del surgimiento de una iglesia militante, la de las catacumbas, la del martirio, la del amor, la de la vida eterna… la de la salvación.
Y es la imagen, el estandarte o bandera simbolizado por la cruz y un Cristo muerto, lo que da identidad y pertenencia a la legión divina de adeptos y seguidores que integran la nueva iglesia, la iglesia ecuménica que bajo el liderazgo del Mesías prometido hará vida cada palabra de la escritura hasta el final de los tiempos.
Será esta noche la consecución de la labor salvadora, de la magnificencia del sacrificio del Cordero de Dios, la Resurrección que marcará la victoria de la vida sobre la muerte, del triunfo del bien contra el mal, del símbolo de la trascendencia y de la eternidad, de las luchas por venir, de las paradojas humanas y de las contrariedades del ser humano en su devenir terrenal.
Cierto que grandes batallas, acosos y agresiones la nueva iglesia enfrentará, algunas hasta su existencia y razón de ser amenazarán, pero nunca deben perder la fe ni desesperarse ya que hoy al igual que aquel miércoles santo del prendimiento, Jesucristo les repetirá sistemáticamente “guarden la espada en su sitio, acaso no creen que si se lo pidiera mi Padre enviaría 10 legiones de ángeles, pero entonces como se cumplirían las escrituras”. La verdadera batalla se dará en el terreno interior, en el corazón de la persona, en el hacer lo que Jesucristo enseñó y actuar conforme al testimonio que Él instruyó, a pesar de la dinámica contradictoria que el mundo asuma.
Hoy previo a la Resurrección, el acoso, las amenazas, los insultos y la violencia sistemática seguirán presentes y de un tono cada vez más intenso, pero, aunque muchos quisieran imágenes más suaves, pacifistas o sonrientes, será la cruz y el Cristo sacrificado la bandera salvadora, la bandera del amor consumado, la bandera del mayor acto de amor: la vida entregada por la salvación de la humanidad.
Esta noche llegará la resurrección, la luz esplendorosa del florecimiento de la eternidad, la esperanza luminosa que levantará a la iglesia en los momentos más aciagos y tenebrosos, la flama de vida y la luz en la obscuridad, la razón y cimiente de la fe… el grito amoroso de la partida del Señor: “no temáis, que yo siempre estaré con vosotros”. Hoy como ayer a Lázaro, con la Resurrección el Mesías te dice: “hijo levántate y anda”.