Han arrancado oficialmente las clases presenciales como modalidad única en todo el
estado de Guanajuato, como si la pandemia ya hubiera terminado y el riesgo del
coronavirus ya no existiera. Se ha vuelto a los abarrotamientos en el transporte urbano,
las prisas en las calles y la entrada masiva a las escuelas, olvidando el confinamiento y
las distancias.
Mediante comunicado oficial el secretario de educación ha determinado que para lograr la
recuperación de los aprendizajes, disminuir la deserción escolar, evitar el trabajo infantil,
recuperar la salud mental del escolar, promover la recreación y la actividad física, no hay
nada mejor que regresar a las aulas. Sin lugar a dudas que lo planteado por Jorge
Enrique Hernández es correcto, al decir que la actividad áulica favorece el desarrollo
armónico de los estudiantes, sin embargo el riesgo es latente.
Asimismo y bajo las circunstancias prevalecientes por la pandemia, el confinamiento y la
carencia de un modelo educativo eficiente en casa, la improvisación pedagógica sin
recursos técnicos ni didácticos, el magisterio abandonado a su suerte y una escuela
virtual desorganizada, obligarían a que los responsables del sistema educativo presenten
una hoja de ruta asertiva basada en un diagnóstico bien sustentado, para que el regreso
atienda la problemática de fondo.
El panorama educativo a partir del regreso será retador desde todas las aristas que lo
integran, pues atender bajo protocolos sanitarios a más de 1 millón 667 mil alumnos,
operar en condiciones “óptimas” a más de 12 mil escuelas y una plantilla docente y
administrativa de más de 50 mil personas, no será tarea fácil. Asimismo dinamizar la
actividad escolar a su máxima capacidad sin programas y estrategias de atención a las
diversas brechas académicas y socio-emocionales sería irresponsable y antiético en un
gobierno humanista.
De igual manera, para mitigar los riesgos sanitarios se requerirá de mecanismos logísticos
bien cuidados, lo que demandará tiempos y movimientos de la jornada escolar en
detrimento de la labor académica, la que de igual forma ameritará de docentes y
directivos atención especial por el impacto de las secuelas de 2 años de ausencia escolar.
Ahora es cuando el secretario de educación necesitará de un equipo de inteligencia
educativa competente y comprometido, para atender la nueva realidad de la escuela de la
postpandemia y la readaptación socioeducativa de niños, niñas y adolescentes.
A partir de ya comienza la prueba de fuego y la hora de la verdad para la educación del
estado, pues ya no bastará con copiar folletos o fusilarse manuales implementados en
otros países de centro y Sudamérica, o refritear pruebas de conocimientos haciendo un
batidillo de reactivos de las evaluaciones canceladas por la contrarreforma educativa sin
los elementales cuidados y estándares de rigurosidad académica. Ahora sí se deberá
aguzar el ingenio y la creatividad sustentada en un marco teórico metodológico que parta
de las condiciones imperantes en la realidad escolar de este regreso obligado.
Ante la realidad, se deberá activar la maquinaria burocrática dejando atrás la indolencia y
las prácticas de la administración de la inercia, permitiendo a la sociedad conocer el
programa emergente de recuperación educativa, las estrategias y proyectos innovadores
que permitan contener las brechas de aprendizaje y el reencauzamiento de contenidos
curriculares adaptados a las circunstancias, pues los vacíos del aprendizaje no sanarán
con un simple “hacer como que nada pasó”.
Bajo esta tesitura, se hace necesaria la presencia de un Observatorio Guanajuatense de
la Educación, que sea foro de análisis, crítica y compromiso para que el Sistema
Educativo del Estado se enfoque en lo trascendente. Pronto reuniremos a activistas y
científicos de la educación para esta noble y urgente tarea de corresponsabilidad con el
futuro.
La educación exitosa demanda una participación corresponsable de todos sus
componentes.