Como vorágine socio-emocional incontenible, el sepelio del niño Drayke Hardman detonó
la terrible noticia de su suicidio como secuela del bullying que padeció. Con este capítulo
se ilustra una vez más el riesgo lamentable al que muchos menores se ven expuestos en
la interacción escolar, pero asimismo nos demuestra los vacíos existenciales y la
susceptibilidad de muchos escolares a la vivencia de estas situaciones.
A pesar de que este caso ocurrió en Utah, Estados Unidos, encaja en el modelo de abuso
estudiantil que predomina en casi todo el mundo y que podemos apreciar detalles más,
detalles menos, en muchas de nuestras escuelas. El evento de referencia abre espacios
de reflexión a temas que no se acaban de atender en nuestro sistema educativo y que
urge sea aplicada una estrategia de prevención, contención y extinción eficiente.
Este hecho se difundió ampliamente por la voluntad de los padres del niño, que quisieron
ofrecer el sacrificio de su hijo para clamar al mundo por la construcción de escenarios de
paz y armonía en los ambientes escolares y su entorno. Los padres de Drayke dejan
como testimonio la corta vida de su hijo y el recuerdo de su amor y generosidad para con
los demás, así como la urgencia de revisar la operación del modelo escolar y los
mecanismos de la interacción de sus componentes.
Asimismo y aunque el tema ha dado pie a expresiones y posturas muy diversas, sería
muy positivo que se visualizara de una forma más proactiva y equilibrada, sin tanta
subjetividad y encono, pues no se puede reducir a una simple búsqueda de culpables e
inocentes, ni a la exculpación apriorística de alguno de los elementos de la comunidad
educativa, sino a la búsqueda inmediata de mecanismos que eviten la aparición de un
caso más y que desactiven el accionar del violento.
Ante un fenómeno social tan complejo y multifactorial hoy no sería aceptable descargar la
culpa de una tragedia como la de Drayke en la forma como atendieron el problema sus
padres, ya que los contextos e indicios externos e internos muchas ocasiones se pierden
entre diversos distractores, evasiones y silencios que hacen se deslice en la
normalización la escalada de la violencia o el acoso ejercidos. Ciertamente que en la
lógica del contexto ideal, los padres de familia del menor violentado deberían encender
las alertas al máximo y agotar todas las alternativas hasta garantizar la seguridad de éste,
sin embargo en alto porcentaje no se llega a la rigurosidad o prevalece la ignorancia del
caso.
De igual forma tampoco se puede imputar en automático la responsabilidad a la escuela,
ya sea a maestros o directivos, aunque donde florecen estas conductas sea precisamente
en la interacción estudiantil y en la dinámica escolar, o su liberación de responsabilidad al
suponer que el germen actitudinal como factor determinante se traiga desde casa, pues la
construcción de los marcos regulatorios y la conducción académica, social, recreativa y
axiológica es su responsabilidad, aunque se ajuste a variables no controladas desde su
ámbito de competencia en el desarrollo escolar armónico.
En la parte neurálgica quedarían como componentes altamente significativos el acosador
y su familia, quienes podrían ser sujetos del mayor grado de culpabilidad por la violencia
que destilan, pero que se les tolera y permite, o las autoridades educativas de alto rango y
responsabilidad que deberían suministrar el bagaje normativo, científico y técnico que
provean de herramientas al docente y a la escuela para preservar a su comunidad de
estas adversidades, pero que no son suficientes ni determinantes.
Para prevenir, contener o exterminar el bullying en el entorno escolar, es obligado que el
sistema educativo sincronice a la comunidad escolar en pos de ese objetivo haciéndola
partícipe y asumiendo su propia responsabilidad. No es justo se pierdan vidas por esta
causa tan absurda y vil.
La construcción de una escuela libre de violencia, es obligación de todos.